A lo largo de
la vida estamos expuestos a diversas situaciones agradables o desagradables, que
tomarán significado según como nuestra atención la perciba.
La atención nos
permite recolectar la información necesaria para la existencia, ya que define
el objeto de nuestra percepción. Toda información que está ajena de nuestra
conciencia, se convierten en lagunas mentales (derivado del vocablo latino
“lacuna” que significa hueco o intervalo) y por ende generan “puntos ciegos”, agujeros
negros, distorsiones de la realidad, autoengaños de la mente, que desvían
nuestra atención al hecho real o es una forma sencilla de desconectarnos de la
percepción del dolor. Una laguna pues es un mecanismo de defensa que crea un
hueco defensivo en nuestra conciencia y genera un punto ciego. En palabras más
sencillas, el autoengaño o punto ciego son formas de falsear la realidad para
evitar el dolor.
¿Pero cómo nuestra atención filtra y selecciona
cada momento de la información? ¿Cómo opera en nuestro cerebro?
La estructura
del cerebro proporciona un modelo para comprender los mecanismos neuronales que
determinan la respuesta a los diferentes tipos de dolor, desde la tensión
psicológica hasta la ansiedad social. El córtex,
la adquisición más reciente del cerebro humano, una de sus funciones más
importantes consiste en seleccionar y filtrar el abrumador exceso de
información que se da a través de los sentidos. El cerebro dispone de la capacidad de matizar nuestra percepción del
dolor y una de las formas es utilizando como mecanismo neurológico a los opioides (receptores cerebrales que reducen
el dolor), un opioide conocido es el neurotransmisor “endorfina”, que provoca
bienestar y una respuesta analgésica.
La tensión psicológica puede desencadenar
la misma respuesta cerebral que el dolor físico. En el entorno natural, el
dolor está ligado al estrés, cuya esencia es la amenaza. Hans Selye, creó la
“respuesta de estrés” y “síndrome de adaptación general” que son modificaciones
neurofisiológicas que experimenta el cuerpo en respuesta a una lesión, una amenaza
de dolor o las meras vicisitudes de la vida. La respuesta de estrés es una reacción universal del cuerpo ante
cualquier clase de amenaza y peligro. Cuando una persona percibe una
posible situación estresante, el cerebro ordena al hipotálamo la liberación de
una sustancia denominada CRF («factor de liberación cortical»), que llega hasta
la pituitaria y provoca la secreción de ACTH (hormona adrenocorticotrópica) y
de opioides (particularmente endorfinas).
Cualquier dolor
físico o mental, el cerebro está preparado con un sistema para modularlo. El
cerebro, pues está diseñado de tal modo que el alivio del dolor dependa de su
misma percepción.
¿Cómo interactúa el dolor y la atención?
La interacción
entre el dolor y la atención, da lugar a la hormona adrenocorticotrópica (ACTH),
que muestra un efecto opuesto al de las endorfinas y que ambas son liberadas
ante una respuesta de estrés (ambas actúan bajo un mismo equipo neuroquímico).
Así las endorfinas mitigan el dolor, facilitando la negación de la situación
dolorosa; mientras que el ACTH tiene un efecto contrario ya que éste mejora la
atención y bloquean las acciones de las endorfinas o mejor dicho funciona como
un modulador de las acciones de éstas. El ACTH actúa durante los primeros 30
segundos en una situación de alarma y las endorfinas se manifiestan al cabo de
2 minutos. En la primera nos advierte y
alarma del peligro, en la otra posibilita la sensación dolorosa. Una prueba más
de la complejidad del funcionamiento de nuestro cerebro.
Ahora les
planteo un ejemplo: Supongamos que usted saliendo del trabajo tiene un fuerte
dolor de estómago. Y llega a su casa y ve que se está incendiando. ¿Cuál es su
reacción? ¿Será concentrarse en el dolor de estómago? No ¿verdad? Lo que usted probablemente
haga es tratar de apagar el incendio de inmediato. Este es un ejemplo concreto,
donde usted elige si ir a apagar el incendio o quedarse mirando impotente el
hecho. Pero el sufrimiento psicológico es algo mucho más complejo… los
problemas económicos, duelos o tener un hijo drogadicto, etc., la huida o
escape serían las peores soluciones psicológicas, los cuales generarían consecuencias
graves.
Dentro de las
consecuencias experimentará los bloqueos mentales y comportamentales, que están
asociados a la ansiedad. La ansiedad es
la activación desproporcionada con
respecto a la tarea que debo ejecutar, es el monto extra de energía que utilizo
y por ende no se da una respuesta adecuada. De esta forma la atención queda
atrapada impidiendo que la conciencia se fije en otras cosas. Según el
psiquiatra Mardi Horowitz, existen ideas, pensamientos y sensaciones dolorosas
incontrolables que resultan difíciles de disipar y poner ver claramente el
evento estresante, al cual lo denominó “intrusión” que está estrechamente
ligado a la ansiedad. Aquí algunas formas:
- Arrebatos
de emoción como sensaciones espontáneas y súbitas, reacciones de sobresalto,
quedarse “en blanco”.
- Preocupaciones
y pensamiento obsesivos como ideas intrusivas y persistentes.
- Hipervigilancia.
Estado de alerta y búsqueda desproporcionada que genera una tensa expectativa.
- Trastornos
del sueño como insomnios, pesadillas, etc.
Richard Lazarus,
señala que el estrés aparece cuando las demandas del entorno desbordan y no se
trata que la situación sea abrumadora, sino es la interpretación que le damos
(valoración cognitiva de los acontecimientos). Por ejemplo, el despido del
trabajo puede ser visto como un problema o como una oportunidad para demostrar
mis talentos y capacidades. Osea, la amenaza de un problema es netamente
subjetiva, ya que lo que importa no es el suceso sino el significado que le
confieren y éstas pueden desencadenar una serie de respuestas emocionales,
desde el enfado hasta la depresión.
Después de
experimentar un evento estresante, que se traducen en negaciones del evento, algunas
reacciones propias del autoengaño, según el psiquiatra Mardi Horowitz, son:
- Evitar
las asociaciones (impedir toda asociación que tenga que ver con el evento en
cuestión).
- Insensibilidad
(la sensación de no tener sentimientos).
- Disminución
de la atención (imprecisión o imposibilidad de centrarse en la información
relevante).
- Ofuscamiento
(entorpece el estado de alerta).
- Pensamiento
constrictivo (menor flexibilidad mental)
- Memoria
imprecisa (incapacidad de recordar hechos o sus pormenores).
- Rechazo
(afirmar o rechazar que los significados evidentes no son tales).
- Bloqueo
mediante la fantasía (evitar la realidad acerca de lo que podría haber sido o
lo que sería en el futuro).
¿De qué manera la información queda
registrada en la mente?
La etapa del
proceso de información, después de la percepción, pasa por un sistema de
memoria, transforma las sensaciones en recuerdos al mismo tiempo que las
registra y las transmite. La impresión
inmediata y efímera se denomina memoria sensorial (ejemplo, haber
visto una película y tener registrado cada escena). Para que un recuerdo pueda
aflorar a la conciencia debe pasar desde el sistema de la memoria hasta el
dominio que él denominaba inconsciente. Pero el material precedente del
inconsciente debe atravesar antes por una región a la que se llamó
pre-consciente (olvidos) y ésta constituye la apertura a la conciencia.
La información
procedente del inconsciente, no llega en forma gratuita, sino que debe
atravesar cierta evaluación antes de llegar a la conciencia. Según el
psicoanalista Sigmund Freud existen dos tipos de censuras/evaluaciones: la
primera impide que los recuerdos inaceptables penetren en el preconsciente (la
información amenazadora puede llegar al preconsciente y luego a la conciencia),
mientras que en la segunda ubicada entre el preconsciente y consciente actúa
como válvula de seguridad (eliminando los hechos que no pueden afrontarse
fácilmente a través de los olvidos).
Posteriormente la memoria
a corto plazo, pasa un filtro selectivo (función de embudo), quedando
tan solo lo que requiere una atención más minuciosa. Por ejemplo, recordar tu
número de celular.
El filtro está
dotado de inteligencia y se adapta a la importancia que revise el mensaje de la
persona.
Por otro lado,
la memoria
a largo plazo es el repertorio de la experiencia en función de los
significados y las comprensiones acumuladas y nos brinda el juicio de que algo
es irrelevante o útil, por ejemplo, recordar cómo iba vestida tu madre en tu
fiesta de promoción.
Todo lo que llega a la conciencia llega
preseleccionado, codificado y empaquetados, en un proceso que solo perdura una
fracción de segundo. Si
la cantidad de información es desproporcionada, la conciencia termina
bloqueándose y ocurre la ansiedad. Los recursos de la distorsión se hallan
completamente fuera de la conciencia.
La experiencia
de cada momento es única e irrepetible. Los paquetes de datos organizados que
dan sentido a nuestras experiencias son los esquemas, que son los ladrillos que
construyen el edifico de la cognición. Los esquemas son las reglas y categorías
que dan un orden y sentido coherente a la experiencia bruta. En la medida que
aprendemos nuestros esquemas van transformándose. Los esquemas también pueden
ser revisados, en cuyo caso nuestro conocimiento aumenta. La activación de un
esquema estimula también otros esquemas relacionados con él y configura el
contenido de la memoria a largo plazo de una persona. En otras palabras, los
esquemas son el armazón que sustenta la interpretación de los acontecimientos,
seleccionan qué percibir y qué ignorar. Cuando las emociones activan los
esquemas, les confieren un poder especial. Las emociones y pensamiento forman
parte del mismo proceso. El pensamiento despierta emociones y éstos a su vez
orientan a los pensamientos.
Cuanto más
ansiosa es una persona, mayor será el número de esquemas asociados a una
sensación de amenaza, peligro o rechazo. Y cuantos más esquemas de temor se
activen, mayor tendencia habrá que recurrir a maniobras evasivas para tratar de
mitigar la ansiedad. Entre algunas formas mencionaremos más adelante a los
mecanismos de defensa, descritas por el psicoanalista Sigmund Freud.
¿Cómo se construye el “yo”?
La “construcción del yo” es un proceso muy
lento que se inicia en la infancia y es muy probable que constituya el conjunto
más esencial de esquemas de que dispone nuestra mente. Sus orígenes se remontan
a las diferentes tempranas interacciones que sostuvimos con nuestros padres y
siguieron su curso con personas y acontecimientos significativos de la vida.
Los padres poco afectuosos, los hermanos rivales y los compañeros hostiles
pueden contribuir a disminuir la autoestima, mientras que las experiencias
positivas con esas mismas personas pueden incrementarla. Un esquema sano del yo, permite reducir la
ansiedad provocado por cualquier amenaza a la imagen de uno mismo recurriendo a
ciertas estrategias mentales. Los diferentes estadios vitales van sedimentando
en nosotros una serie de yos superpuestos que pueden ser coherentes entre sí.
La ternura refuerza al “yo bueno”, el sujeto se siente
bueno y amado. Según Sullivan el “tópico fundamental acerca del yo” depende de
la forma en que se desarrolla el “yo bueno”, el que nos gusta creer que somos.
El “yo malo” este ligado a las
experiencias de diferentes grados de desaprobación, ansiedad, culpabilidad y
vergüenza de ser desobediente. El “no yo” tiene que ver con “emociones
misteriosas”, sentimientos de terror y pánico tan intensos que desarticulan
toda posibilidad de comprender siquiera lo que está ocurriendo. Una vez que una emoción intensa se apodera
de la mente, expulsa fuera de la conciencia la causa que la originó.
Sulllivan afirma que los sucesos que dan forma al “no yo” son el fruto de una ansiedad tan intensa y tan repentina
que resulta imposible estar seguro ante las circunstancias que se apoderan de
la experiencia.
El sistema del
yo se organiza para evitar o reducir la ansiedad real o imaginativa que suelen
acompañar las experiencias imprevistas desagradables.
¿Qué otras formas existen de auto
engañarnos?
Utilizar los
mecanismos de defensa son esencialmente formas en que desviamos nuestra
atención para eludir el dolor, auto engañarnos y los cuales recurrimos
cotidianamente. Estos sesgos perceptuales pueden tener lugar desde el primer
milisegundo en que el estímulo impacta nuestros sentidos hasta la rememoración
de un recuerdo muy remoto.
Detallaremos
algunos mecanismos de defensa:
La represión
consiste en rechazar y mantener alejados de lo consciente a determinados
elementos, con el fin de evitar el sufrimiento psicológico (traumas, ideas intolerables,
sentimientos insoportables, ansiedad, culpa, vergüenza). La represión es la
laguna mental por excelencia. Es como un trueque en que entregamos parte de
nuestra atención a cambio de un alivio de la ansiedad…enmudeciendo nuestras
emociones.
La consecuencia
inevitable de la represión es la repetición, porque las experiencias dolorosas
que no terminamos de afrontar tienden a repetirse. Pero no nos damos cuenta de
que estamos repitiendo porque las lagunas nos impiden tomar conciencia de ello.
Así pues, comenzamos olvidándonos de que hemos hecho algo y luego no nos
percatamos de que estamos volviéndolo a hacer. El simple olvido no es más que
una de las múltiples estrategias de distorsión de las que se sirve la mente.
Otro
mecanismo es la “negación”, el cual consiste en el rechazo de aceptar
las cosas tal como son, reorganiza de manera diferente la realidad para ocultar
nuestra auténtica intención. Un ejemplo común es cuando te han dado el
resultado de una terrible enfermedad o ante el fallecimiento de un ser querido.
Por otro lado, el mecanismo de defensa “formación reactiva o inversión”,
aquí el hecho no solo es negado, sino que termina transformándose en su opuesto
(un te odio se convierte en un te amo), es una forma de legalizar los impulsos
inaceptables. Por ejemplo, el impulso hacia el desorden se convierte en una
pulcritud desmesurada o el enojo se convierte en una excesiva cortesía.
La “proyección”,
“lo interno se vierte al exterior”. Cuando nuestros sentimientos resultan
demasiado difíciles de manejar, nuestra mente puede tratar de despojarse de
ellos. Y una de las estrategias para lograrlo consiste en creer que no nos
pertenecen. Esos sentimientos han sido proyectados en otra persona, la parte
del yo enajenada se nos presenta como algo completamente externo, aunque sin
embargo siempre mantiene una extraña semejanza con el sentimiento original
alienado. Por ejemplo: tenemos un pensamiento crítico de los demás, y solemos
pensar que son los otros los que nos miran juzgando.
La “racionalización”
es una de las estrategias defensivas más frecuentes, permite la negación de
nuestros verdaderos motivos ocultando los impulsos inaceptables bajo el barniz
de la razón. Es una especial destreza para elaborar justificaciones y encontrar
excusas convincentes. Por ejemplo, lo que ocurre con la mujer maltratada,
justifica el comportamiento de maltrato de su marido con frases como “estuvo
enojado” u otorgándose culpa por lo que hizo.
Desplazamiento,
el impulso se dirige hacia cualquier otro objeto (aceptable o no). Ejemplo,
haber recibido una llamada de atención en el trabajo, desplazo mi cólera
riñendo a mis hijos de forma exagerada.
En conclusión,
a mayor grado de angustia y sufrimiento se desencadenarán tres premisas: La
mente puede protegerse de la ansiedad disminuyendo la conciencia, este mecanismo
origina un punto ciego, una zona en que somos proclives a bloquear nuestra
atención y auto engañarnos y esos puntos ciegos tienen lugar en cada uno de los
niveles de organización de la conducta, desde el psicológico hasta el social.
Pues para
enfrentar la ansiedad, en palabras de Lifton, comparto la idea del “coping”, el
cual el ser humano tendría que utilizar estrategias internas disponibles para
hacer frente a las situaciones minimizando el coste psicológico, en otras palabras,
una serie de operaciones cognitivas capaces de aliviar la activación de la ansiedad,
modificando nuestra reacción en vez de
tratar de cambiar el evento estresante.
He aquí, la difícil
labor del psicólogo, que el cliente se de cuenta de las diferentes formas de auto
engañarse, genere ese “despertar”, ya que resulta difícil cambiar lo que ni
siquiera puede ver.
¿Y tú, cómo te
autoengañas?
Referencias bibliográficas:
Goleman, D.
(1997). El Punto Ciego (pp. 41 -179). España: A&M Gráfic.